Una maleta en el comedor

 

DOS AÑOS

En el comedor de mi casa hay una maleta llena de ropa de mi papá. Casi dos años y nadie se ha atrevido a preguntarle a la ropa ¿dónde está el cuerpo que habitaba esas camisas, pantalones, sacos?. Abrir la maleta es abrir la caja de pandora, saldrán los recuerdos compartidos a recordarnos que estamos solas. Saldrán esos recuerdos como dementores, se sentirá frío, solo, triste.

La ropa no sabe qué ha pasado, está prisionera en esa maleta por nuestro miedo a enfrentar nuestro dolor. Dos años en los que no se le ha dado ninguna funcionalidad, salvo recordarnos que aún tenemos un camino por recorrer en el duelo. Aún tenemos enfrentamientos pendientes con la muerte que arrasó con lo que Éramos, con mayúscula. Pobre ropa debe estar triste.

Yo ya he aceptado mucho de lo que ha pasado, aceptamos, aceptamos, aceptamos. A simple vista parece que la aceptación es pasiva pero es todo lo contrario. Aceptar implica un enfrentamiento el berraco con la realidad y esa realidad es que mi papá y mi hermano murieron como consecuencia de la indiferencia, corrupción y silencio de quienes eran considerados amigos, conocidos, jefes. Aceptar implica enfrentarse a la realidad de ver a mi sobrina crecer y que mi hermano no pueda verla. Aceptar implica enfrentarse a la realidad de que mi mamá envejecerá sin su pareja y sus domingos a veces son solitarios. Aceptar implica enfrentarse a la realidad de la muerte. Aceptar implica enfrentarse a la insoportable levedad del ser. El ser se hace liviano ante el peso de la existencia.

Entonces, ¿porque se ve la aceptación en términos de pasividad? Yo creo que se confunde con la resignación. Es muy fácil resignarse, sobretodo en esta cultura occidental donde, al ser todo voluntad de dios, se pierde el sentido de responsabilidad frente a la propia existencia. La resignación es nihilismo y es muy fácil caer en eso. Yo viví mucho tiempo hundida en un nihilismo adolescente del que casi no salgo. Es muy fácil darse cuenta que no hay sentido alguno en la existencia. Lo que pasa es que el sentido no llega a la puerta de la casa como un pedido de Amazon, “señor dios que cuanto cuesta el sentido de mi existencia para que me llegue hoy mismo que me siento blue”. Si el covid no nos mata a todos, lo hará la mediocridad del nihilismo. El sentido se construye, paso a paso, es un proceso bastante arduo.

Hace dos años mi papá me dijo que me quedara en España estudiando, “vencer los miedos y no desfallecer”. Me aferré a ese mensaje todas las veces que pensé en morirme, sobretodo esperando el metro. Me aferré a ese mensaje cuando el vértigo de la existencia me atraía, cuando sentía que no podía más, cuando me sentía sola y enferma. Aún hoy me aferro a ese mensaje cuando salen los perros bravos en las travesías de los fines de semana. Sin embargo, sí desfallecí muchas veces. Me encontraba en el suelo, sin fuerzas para seguir. Pero pues me levantaba de nuevo porque qué se hace, para caer otra vez, en una hora o dos semanas. Eso es el duelo.

Ya casi se cumple otro año y mi cabeza empieza a recordar todo lo sucedido. He vuelto a tener flashbacks, opresión en el pecho, lloradera, miedo, mucho miedo de morir y dejar a mi mamá. Se aprende a vivir así. Nunca he podido saber bien si uno se acostumbra al dolor o lo supera. En realidad la resiliencia puede ser simplemente que te acostumbras a que pasen cosas y ya. ¿Quién sabe?

Ya casi se cumple otro año, no sé si tengo más angustia de la maratón que correré por ellos o porque con el paso del tiempo puedo olvidarlos (y ahí sí mueren de verdad como en Coco). Sigo enfrentando mis miedos pero hay días en los días en los que no quiero, no me da la gana. Días en los que prefiero sumergirme en mi miseria y pedir “el sentido de vida” a domicilio. Así como hay días en los que veo lo que he construido por mi y para mi en estos dos años. Voy construyendo mi sentido.

Dos años es mucho y poco tiempo. Dos años es mucho tiempo para la ropa que está en la maleta pero es poco tiempo para tener las fuerzas para abrirla. Hoy tengo puesta una camisa que estaba en esa maleta pero no me atrevo a preguntarle dónde está mi papá.

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