Nació

Llegó el Mar que borrará las lágrimas


Recuerdo la llamada de mi hermano en agosto, bueno no sé si fue agosto, las coordenadas del tiempo se difuminaron cual tinta que se disuelve por una gota de agua. Estábamos en la finca, mi hermano nos llamó por facetime. No era la gran sorpresa, mi hermano llamaba a mi mamá todo el tiempo, a toda hora, por cualquier circunstancia. Pero en esta llamada nos preguntó que dónde estaba mi papá, que quería que estuviéramos juntos porque nos quería decir algo. Nos reunimos expectantes y nos dijo que la esposa estaba embarazada, la felicidad era absoluta. En medio del caos de vida que llevábamos, por fin una noticia de esperanza. Esto sin imaginar lo que la vida nos vomitaría después. 





Durante las primeras semanas no podíamos contarle a gente porque era mejor esperar un poco y estar plenamente seguros. Aún en silencio la felicidad de mis papás era tan inmensa como el universo. Lo que yo pensaba en el transcurso de esos primeros era que estaría en España, cerca de ellos, estaría en el nacimiento y todo sería hermoso, como las utopías, nos imaginamos mundos perfectos que la vida se empeña en derribar, vomitar, ahogar. Pero no fue así, no estuve, ni mucho menos estuvo mi hermano en el nacimiento de María del Mar. 

En los siguientes meses mi mamá corrió a terminar el saco que me estaba tejiendo y poder empezar a hacerle ropita a mi sobrina, que en ese momento no se sabía sí sería niño o niña. Mi papá hacía chistes, decía que llamaría Wenceslao, cómo su abuelo. Recuerdo insistirle a mi hermano que le regalaría un onseiés de ACDC. En fin, una buena noticia para todos. 


El día que murió mi hermano, en el trayecto al centro de salud, veía a Eugenia y sentía pánico de pensar que algo le pasara al bebé, como si lo de mi hermano se fuera a solucionar en cuestión de horas, como si no existiera la posibilidad de la muerte de mi hermano, contemplaba más de cerca la posibilidad de un aborto a causa del estrés. Pero fue exactamente al contrario, mi hermano murió y dejó a su bebé. Su bebé, ese ser que ha sido una fuente de esperanza para todos, especialmente para mi mamá. Un ser que nos dejó mi hermano como en recompensa de habernos dejado tan pronto, más pronto de lo necesario, porque por más que me digan que “tenía que ser así”, no estoy de acuerdo. Mi hermano no tenía porqué morir, no existe explicación y, pues sí, hay que vivir con la duda, con la falta de sentido, con la rabia. 


Se han difuminado las coordenadas del tiempo y no puedo creer que ya pasaron los 9 meses de embarazo y lo que fue mi vida se fue al carajo. Sabía que el nacimiento sería en abril pero no me lo creía, lo negaba o simplemente no me quería aferrar a una ilusión por el miedo a volver a perder a alguien más. Claro intentaba negarlo de alguna forma pero estuve dos meses soñando con María del Mar, sueños de los que me despierto cansada, estoy cansada de soñar, estoy cansada de las ilusiones. Antes de lo pensado(por mis difusas coordenadas del tiempo) me dice mi mamá: mañana nace María del Mar y casi me da algo. 


El día del nacimiento, el 4 de abril, me sentí extasiada, la felicidad era integra, una felicidad que no experimentaba hace mucho, una felicidad que muchas veces siento que no merezco. Publique en todas partes que sería tía, a los meseros se los decía, lo decía tan alto que los españoles me decían “enhorabuena”, tan simpáticos ellos con sus palabras. Esperaba las fotos, noticias, primos, tíos, amigos me escribían. Tenía una ansiedad muy distinta a la que he estado acostumbrada, claro sigue siendo una ansiedad ante la incógnita de lo depara el futuro pero esta vez era cargada de ilusión y esperanza. 

Apenas nació experimente algo absurdo, nunca creí sentir en mi vida el choque de dos emociones. Porque fue eso, una explosión. Nació María del Mar y sentí una explosión en mi mundo pero una explosión estática, como uno se baja del metro y camina en dirección contraria a la del metro que arranca de nuevo, se sienten los pies moviéndose pero por le movimiento del metro los pasos se hacen irreales, no hay movimiento. Así mismo sentía en mí dos emociones, la de la profunda tristeza de saber que mi hermano no estuvo en nacimiento de su hija, pero de la profunda felicidad de lo que nos dejó.


Las coordenadas del tiempo se difuminaron pero los domingos se sienten con todo su peso. Hoy domingo, veo las fotos de María del Mar, sin poder abrir casi los ojos por las lágrimas que lo mojan todo. Domingos húmedos. Lágrimas que no sé si son de triste, alegría, rabia o de todas esas emociones. Un cóctel espectacular que hará de mis ojos mañana dos hermosos agujeros negros. 


Por ahora, si de algo estoy segura, es que a María del Mar no le va a faltar ni un sólo libro en su cuarto.

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