Madrid, again




Me encuentro nuevamente al otro lado del océano, deseando con todas mis fuerzas estar al lado de mi mamá y mi hermana. La soledad que se había hecho mi amiga, mi compañera, hoy me traiciona un poco, quién sabe si es por celos. Esos malditos celos. Han sido sólo algunos días pero se han hechos eternos en medio del jet lag, falta de oficio y entrenamientos. 




Hoy siento que la tristeza se ha ido transformando, es decir, tenía días tristes como hoy en los que mi papá y mi hermano me hacían falta y dolía mucho. El dolor quemaba. Siento, hoy, que la tristeza es ahora más profunda porque viene acompañada de aceptación, es llorar con la certeza que ya no los volveré a ver. Cuando hay una tormenta en el mar se siente la fuerza del agua, así como con una tormenta interior se siente el dolor, pero cuando el mar se calma se logra ver la profundidad del océano, los animales y plantas que lo habitan. Es por esto que considero que ahora mi emociones son más profundas en tanto he logrado ver la realidad en medio de la calma. Tal transformación ha sido posible por mi psicóloga, el acompañamiento profesional ha sido fundamental en este proceso, me he dado cuenta de eso en mis momentos de mayor vulnerabilidad y vértigo.




Quince días antes de venirme pasé la noche aferrada al inodoro, como cuando uno se agarra de la silla en el avión aún sabiendo que no hay nada que se pueda hacer si el avión se cae. Uno se agarra esperando un milagro, esperando, inconscientemente, poder ser inmortales. Es ilógico, nada nos salvará, todos moriremos y más aún, se olvidarán de nosotros, no hay peor muerte que la del olvido. Pero el cerebro es narcisista, la megalomanía le gana y quiere ser inmortal aferrándose al inodoro con la misma lógica de aferrarse a la inmortalidad. Al parecer el refrán de la esperanza es lo último que se pierde tiene algo de cierto, se pierde hasta la lógica con tal de sobrevivir tanto física como emocionalmente.¿ A qué nos aferramos cuando nos encontramos mal?

Vomitando todo lo que había comido ese día, empecé a llorar, mi hermana angustiada pensando que ahora yo me estaba muriendo llamó a un médico, mientras mi mamá me decía lo que no debía comer después de una cirugía de vesícula. Ante la situación sólo me daban más ganas de llorar pero no precisamente por sentirme indefensa, vulnerable y sucia; sino porque fue justo en ese instante en que más extrañé a mi papá en mis vacaciones bogotanas. Lo extrañé en medio de mi vulnerabilidad, reviví todo, ahí agarrada al inodoro y a lo que me quedaba de entrañas. Lo extrañé como un bebé que extraña su tetero, lo extrañé como se extraña el juguete preferido al ir al colegio, lo extrañé como se extraña a la traga maluca, lo extrañé como una hija que pierde a su papá. 

La vulnerabilidad es algo hermoso, ya lo he dicho en varias ocasiones, nos hace humanos porque es en ante la vulnerabilidad de la existencia, ese vértigo, que buscamos a otros y nos refugiamos en otros. Necesitamos a otros para poder vivir y más aún para sobrevivir. La vulnerabilidad de ese día me hizo extrañar a mi papá como nunca, aún sabiendo que me estaría regañando porque esa era la forma más sincera que tenía de decirme que me amaba y que no quería que me pasara nada. La vulnerabilidad nos recuerda que somos mortales y que para sobrevivir esta vida que nos toca, necesitamos a otros.

Esa otredad de la que siempre me he sentido tan distante, al ser un extraterrestre, es hoy mi apoyo. No hubiera logrado lo que he logrado sin la psicóloga que me ha estado acompañando en el proceso de duelo. Con los ataques de pánico, cuando llega La náusea, cuando soy alzada con la gente, cuando no me aguanto a mi misma. La arrogancia de pensar que podemos con todo solos nos hace zancadilla a la vuelta de la esquina, cuando menos lo pensamos, y caemos en el vacío de la inexistencia. Been there, done that. 

A la distancia, con mi amiga Soledad, la música, la literatura, el arte y el deporte, me mantienen cuerda en este mundo falsamente individualista y vacío. Me mantiene cuerda y conectada con el mundo y los demás, pues ya no veo a la gente tan distante porque precisamente la vulnerabilidad me ha enseñado que soy tan humana como el resto. Esta reconciliación con la otredad se la debo a mi psicóloga y a mis ganas de vivir intensamente. 

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