Bogotá




Dentro del duelo está reconocer los lugares, re-conocer, volver dónde fuimos felices, fuimos tristes, fuimos serios, fuimos alegres, fuimos buenos y fuimos malos; los lugares donde simplemente fuimos. Volver y sentir que ya no están y nunca estarán. He hecho el duelo a la distancia de esos lugares y aún no he hecho esa parte de la tarea, pero llegó la hora. 

En una nueva casa veo las cosas de mi papá, que en realidad hubiera podido dedicarse a decoración de interiores porque tenía muy buen gusto. Veo a mi papá en el sofá donde se sentaba todos los días a leer el periódico, veo a mi papá y hermano en la mesa del comedor, creo que incluso he llegado a oír un "Caro". Los veo, los oigo pero no los puedo tocar. Por más falta que hagan uno se va acostumbrando a su ausencia, nuestra cotidianidad compartida se ha vuelto más solitaria y silenciosa. 

La verdad creía que mi hermana y mi mamá estaban mejor de lo que las encontré. En la cara se les ve la tristeza y cómo poco a poco el duelo las ha vuelto más pálidas y delgadas. No sido fácil darme cuenta de solas que están, cómo todos dicen estar pendientes y presentes pero encuentro el lugar desolado. Tal vez, de haberme quedado estarían mejor, pero tal vez no. Tal vez, simplemente, es la manera en que ellas han sobrellevado el duelo. 

Ellas en Bogotá, ciudad que me recibió fría y distante, terriblemente insegura. Puede que sea mi nueva percepción de inseguridad. Todos dirán que es porque vivo en España donde uno vive más seguro. Sin embargo, más allá lo contextual creo que es también porque antes, la posibilidad de muerte era mucho más lejana y con lo sucedido aprendí que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento. Eso es en realidad una característica fundamental del duelo, ser consciente de la vulnerabilidad de la vida y, en ese mismo sentido, de lo importante que es cada instante. Nuestro mayor tesoro es nuestro tiempo. 

Bogotá me recordó del daño que el país le hizo a mi familia, cómo los medios de comunicación y los llamados periodistas dan asco. Así como también me ha traído grandes decepciones de personas que quería mucho. Pero también me ha recordado el amor de familia, lo que se siente con el abrazo de la mamá y un te quiero de mi hermana. Me ha recordado lo que es vivir en el amor más profundo, el lugar donde no necesito nada más porque las tengo a ellas dos cerca. 

El equilibro entre esas dos fuentes de energía me han dado la certeza de mi fortaleza y cómo dejé de sentir miedo. Ya no le tengo miedo al qué dirán porque qué más da, no me da miedo caerme porque sé que me voy a levantar, no tengo miedo a las pesadillas porque sé que me voy a despertar, no le tengo miedo a morir porque he vivido intensamente. Ya no tengo miedo. 





Una canción súper simpática de Bogotá:






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