Timbraron y no abrí


Hace poco me encontré a mi misma, como quien se encuentra una mancha café en la camiseta, hablando mal de alguien y no solo mal, sino con rabia. Fue el momento en que me di cuenta que no he perdonado y de lo necesario del perdón para poder ser realmente resiliente. Este momento me dió vueltas en la cabeza en las últimas semanas aunque por su dimensión y peso existencial hice caso omiso, pero si quiero hacer las cosas bien debo prestarle atención. 

Primero que todo es importante saber que no existe el perdón, es decir, no es uno son muchos perdones. El perdón no llega a la puerta a timbrar y, si lo hiciera, no creo que abriría pues han venido a timbrar 3 o 4 veces desde mediados de junio y quién sabe qué querrían (si realmente necesitaran algo timbrarían más o gritarían, o quién sabe porque la gente por acá es cada vez más rarita). El punto es que el perdón no llega de la nada, es tan difuso y complejo que no es tan fácil categorizarlo como sí lo he hecho con mayor facilidad con otros conceptos. 

Las cosas que han pasado, han pasado porque sí o porque no, nada se puede hacer ahora, así es la vida, de caprichosa, a veces negra, a veces color rosa (y aquí todos bailamos). ¿Las cosas hubieran podido ser distintas? Sí. ¿Hay cosas que hubiera podido hacer mejor? Sí. ¿Hay cosas que otros hubieran podido hacer mejor? Sí. ¿Se hicieron esas cosas? No, entonces ya está. Pero, este pero es importante, hay cosas como estas que van quedando y que van haciendo del camino, un camino más difícil y, por lo tanto, hay que verlas para quitarlas del camino. 

La verdad me siento orgullosa porque me he ido liberando de mi culpa, sobretodo de sentir que hubiera sido mejor yo que mi hermano. Me siento orgullosa porque me he ido perdonando y he ido soltando. El volverme más consciente de mi ser me ha ayudado mucho en ese proceso y es por eso que al verme ese día hablando de alguien mal, fue el llamado del perdón a la puerta, que claramente no abrí en ese momento pero que no ha dejado de timbrar, lo sé porque siento que hay algo que no me ha dejado avanzar del todo. A este perdón lo llamaría perdón intrapersonal, sé que conceptualmente es un poco redundante porque al fin y al cabo uno perdona es para uno mismo y no para los demás, pero es para que quede clara la diferencia. 

La muerte de mi papá y hermano tiene un componente político importante y que Colombia los mató, en algún sentido, está claro. Sin embargo, no voy a entrar en temas políticos porque este no es espacio y, sobretodo, porque es tal la resignación y la impotencia que se siente que he llegado a un punto de indiferencia que asocio intuitivamente con el perdón porque ya no me hierve la sangre como me pasaba antes con las noticias, nombres y sucesos cotidianos en ese circo de país. Por ese lado las cosas van como bien. Este tipo de perdón lo llamaría perdón social porque implica un grupo de personas y contextos más allá de mi entorno natural. 

El problema real llega al recordar los últimos años de mi papá, recordar cómo personas con las que creció y compartió momentos tan importantes, le dieron la espalda. Ese tipo de hipocresía tan característica de situaciones sociales de la alta esfera capitalina que se ve remarcada con sonrisas falsas, miradas inoportunas, fugaces pero hirientes, gestos, indiferencia y silencios incómodos. Normalmente evitaba este tipo de situaciones porque soy bastante transparente con lo siento y brava, así que cada vez que veía miradas así o me enteraba de cosas que habían sucedido lo guardaba en ese cajón de la cabeza donde uno guarda las cosas que uno no quiere pensar y me refugiaba en mi equipo de triatlón. Pero al no trabajar esas cosas, han resurgido en este proceso personal que estoy haciendo. 

Es más difícil perdonar a las personas que quiero y a las personas que sabía que eran cercanos a mi papá, es más difícil precisamente por eso porque las quiero. En realidad es bonito pensar que cada vez que recuerdo que las quiero, siento que ya los perdoné, y pues sí, eso es lo que hace el amor. Es por el amor, precisamente, que siento compasión por ellas porque sé lo que se siente que alguien se muera y darte cuenta que no has dado lo mejor de ti mismo a esa persona cuando ya es muy tarde. El sentir arrepentimiento es sentir impotencia y esa es la peor de las sensaciones que he podido experimentar. Poco a poco debo ir buscando ese amor y esa compasión para poder perdonarlos completamente. Este sería el perdón interpersonal que supone personas de mi más inmediata proximidad personal, de interacciones de tú a tú. 

Hablo de perdonar, de arrepentimiento y tales pero lo hago desde una perspectiva netamente narcisista, es decir, a nadie le importa (o debería importarle) si lo perdono o no. Lo quiero hacer por mi y para mí, para poder sanar las heridas y soltar lo que no me deja avanzar. Porque eso es lo que he hecho en este proceso, ser consciente de mí misma de lo que necesito y de lo que sobra. Es gratificante darme cuenta que al escribir esto (con lágrimas y mocos a una temperatura de 38°) ya de por sí he sanado y perdonado un poco más. 

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