Mi hogar soy yo

El dolor es en definitiva inherente a la vida, nos duele los huesos al crecer, nos duele la herida que se hace el meter el dedo en una lata de leche condensada intentando no desperdiciar ni una gota, nos duele cuando nos rompen el corazón, cuando nos rompemos a nosotros mismos y claramente duele cuando perdemos a las personas que más amamos. Duele, sí y mucho, pero el sufrimiento es opcional. 

Opcional. Lo digo como si fuera la experta pero en realidad fue algo que alguien (o muchos alguien) me ha dicho y es por eso que escribo hoy. Puedo pasar por el duelo a través del dolor pero no del sufrimiento. Hay una diferencia importante entre estas dos formas. La primera consiste en hacer un ejercicio consciente del proceso, de las lágrimas, los triunfos y transiciones que conlleva, para después sobreponerse. La segunda es en simplemente seguir mi vida anclada al dolor. Ante el duelo, se puede usar el dolor como una palanca para ser realmente resiliente y cruzar el arduo camino aun sabiendo que no es la opción más fácil; o puedo, simplemente, aferrarme al dolor como justificación de lo que “me pasa”. 

Lo he dicho varias veces, pero lo repito, no hay palabras para expresar cuánto duele. Duele el recordar, el extrañar, el crear una vida de las cenizas. Me duele tener a mi mamá lejos, sentirla triste y sola, lidiando con fortaleza todo lo que toca hacer ahora para poder vivir porque lamentablemente no se puede vivir de aire. Vivo ese dolor pero no me quedo ahí, intento de alguna forma cogerlo como si fuera un pedazo de plastilina y le doy forma, así he llenado toda una estantería mental de pequeñas figuras abstractas. 

El duelo es un proceso absolutamente individual y la soledad que al principio era tan conflictiva se ha convertido en una grata compañía. Voy y vengo con una maleta sin un lugar fijo, entre Madrid, Barcelona y ahora, Bogotá (suena fancy pero no lo es en absoluto), sin tener dónde poner mis dinosaurios, mis libros, mis checheres. Ahora mi hogar soy yo mismista e intento hacer de ese hogar algo sagrado y especial. Lo intento porque he decidido no escoger el sufrimiento. 

Ahora más que nunca voy entendiendo las palabras de mi hermano el “Caro, eso no es importante ahora” o Caro, ¿cuál es la joda?”. Nos pasamos la vida aferrados a ideales, expectativas y cosas, literalmente cosas (como mis dinosaurios), que de nada sirven. El tiempo pasa a una velocidad extraordinaria, ya han pasado 7 meses, la vida se nos va y no hemos hecho nada por nosotros, nuestra alma, nuestro hogar y mucho menos por los demás. Mi hermana me ha dicho varias veces “no nos pertenecen” y es cierto, ellos no nos pertenecen, mi papá y mi hermano, hacían parte de nosotros pero no nos pertenecen y debemos soltarlos. Aprender a soltar porque he decidido no escoger el sufrimiento. 

Estoy bien y voy a estar mejor. Estoy transitando por el duelo pero, pues, suave. El día del funeral leí algo que hoy recuerdo y es: 


Las relaciones interpersonales consisten en un puente, donde cada persona está en cada extremo, lo que constituye esa relación no son las personas como tal sino el puente, que se construye a base de gestos, momentos, lugares, caricias, palabras, símbolos, etc. El duelo y la resiliencia consisten en interiorizar ese puente, en dejar de proyectarlo hacia esa otra persona que no está y traerlo hacia el interior. Tal proceso es doloroso, literalmente doloroso porque se activan las mismas zonas del cerebro que al recibir una puñalada, una puñalada, una y otra vez. Pero de eso se trata la resiliencia, de hacer y sobreponerse al duelo y seguir adelante sabiendo que esa persona están en nuestra psique, nuestro ser.

De eso se trata la resiliencia de traer nuevamente al ser todo lo que era de dos, dándole un sentido trascendental porque trasciende la relación en sí misma. A lo largo de estos meses he hecho eso, a veces con lágrimas, a veces con risas a veces rabia. Le he dado forma a esos pedazos de plastilina. Es un proceso y aún me queda un largo trecho, pero lo estoy haciendo bien porque decidí no escoger el sufrimiento. 




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