Extranjera con un morral vacío



Hace poco alguien me preguntó ¿cómo llevas la soledad? Tremenda pregunta de haber respondido con sinceridad, nos hubiéramos sentado los dos a llorar. Pero he aprendido a lo largo de mi vida a responder con lo que la gente quiere oír, nos lo enseñan desde pequeños porque en nuestra empobrecida (moralmente) sociedad bogotana la apariencias priman sobre la vida misma. En este sentido, respondí de manera asertiva y socialmente correcta: oh, divinamente, todo muy guay, muy chulo. 


Lo que no sabe el interrogador es que la pregunta me ha dado vueltas durante semanas, como esos mosquitos que no nos dejan dormir por el zumbido y a veces quisiera matarlos pero al prender la luz ya no están. Quisiera poder matar la soledad, así como quisiera matar el dolor, el desasosiego (haga una lista acá de las emociones negativas, y negativas no en cuanto a la dualidad bueno-malo, sino porque son las emociones negativas las que nos alejan o nos paralizan). Tánatos.


De entrada la soledad siempre ha sido una constante en mi vida, no sólo por no haber sido asertiva en mis relaciones interpersonales con mis allegados, sino porque en cierta medida siempre me ha gustado estar sola, la música y mis libros han sido mis eternos compañeros. Sin embargo, durante estos meses ese sentimiento de extrañeza social se ha exacerbado, Nunca me había sentido tan sola, no sólo por estar viviendo en una ciudad extranjera, sin conocer gente, sino porque siento que nadie entiende, ni entenderá jamás lo que me pasó y por lo que estoy pasando. Por lo tanto hay dos tipos de soledades en mi vida, la innata que viene ligada a lo que he sido durante mi vida y otra contextual. 


Estas dos soledades se han combinado y es una sola, intensa, densa, pesada. La muerte, la pérdida, genera una serie de rupturas, rupturas en distintos niveles. Se rompe el vínculo que tenía con todos los que se murieron el año pasado, se rompe también la relación con los demás, con el mundo, con mi identidad y, en consecuencia, con la vida. Se caen los edificios construidos, quedan las columnas porque sigo viva, pero esas columnas las percibo frágiles, parecen de porcelana y me da miedo sentir que en cualquier momento también se romperán.. Al ver fotos, muchas fotos de los viajes, de la finca, de las navidades, de nuestros días cotidianos veo el transcurso de mi vida, una vida tan completa, tan segura. Todo lo que construyó mi ser en el mundo, lo que creía ser, lo que quería ser, mera ilusión. Ya no queda nada. No sé quién soy. ¿Cómo no sentir soledad si en el espejo veo una extraña? 


Pienso en todos mis rayes existenciales, mis depresiones, mis dramas de niña gomela. Ahora nada de eso tiene sentido. Bueno, ya nada tiene mucho sentido. Pero al fin y al cabo, ya tenía una identidad, un nombre, un camino, una profesión, una familia. Los edificios de mi Yo. Pero todo eso estaba sustentado en un mundo externo que se rompió, queda este manojo de nada. 


Estos meses han sido como el hilo descosido, de esos que uno va jalando y se descose todo, sólo queda el hilo enredado, sin forma. Tánatos. Mientras iba jalando de ese hilo, han ido surgido, resurgido amistades y familiares perdidos que han resultado maravillosos, pero nada aplaca la soledad. Intento salir, conocer gente, pero hay un muro, una barrera que me distancia de los otros.Una Otredad cada vez más extraña y ajena, soy una extranjera en esta dimensión. Una barrera que me da pereza romper, que me da miedo romper, porque está siempre el miedo de seguir con las rupturas,así que prefiero mantenerme al margen en el lugar seguro de mi piso, de mi compañía, soy una extraña para mi misma pero, al fin de cuentas, me he acostumbrado a llevar a mi ser por el mundo como un morral de viaje. Una extranjera con un morral vacío. 


¿Cómo llevo la soledad? Pues la pregunta es. ¡cómo me lleva ella a mi?, que no la dejo en paz un segundo. No la dejo en paz un segundo porque nunca dejo de sentir que está a mi lado.

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