Mi hermano mayor que ahora es menor
Una página en blanco, un libro por escribir y la avalancha de imágenes e información me noquea, quedó intelectualmente inconsciente mientras en mi pecho se arma un tornado emocional que paraliza toda voluntad por escribir. Me digo, al fin y al cabo no soy escritora, soy psicoterapeuta. He pensando en dedicarme a escribir el libro cuando me pensione pero a este paso mi cálculos me dicen que me puedo pensionar a los 103 años y, primero, me niego a vivir tanto tiempo, segundo, no puedo cargar 71 años más de vida con esta historia en mi espalda. Debo “depositarla afuera”, que tenga una existencia aparte de la mía.
Me encuentro, entonces, con esa avalancha de información, columnas, libros, podcasts contando la historia de las denuncias de mi papá, muestran los organigramas, los correos de mi papá, audios que se han convertido en memes, jijiji. Los periodistas haciendo su trabajo, sin embargo, llegaron tarde. ¿Sólo vale investigar cuando ya hay una tragedia?¿Por qué llegaron tan tarde? ¿Por qué ahora sí es un héroe? ¿Estarían vivos si hubieran hecho su trabajo antes? Preguntas demasiado emocionales, sin respuestas, sólo hipótesis, que aumentan mi parálisis intelectual.
¿Cómo contar la historia del Cucho, de Calvin, de papi, sin que la vida se me desmorone? Coger el toro por los cuernos, es algo que me digo constantemente y, sin embargo, logro esquivar al toro con la maestría, con mis pacientes, con mi evitación clásica de consumir libros, series y películas en tiempo record. Salgo a correr y, así puedo pensar, si pusiera en un papel todo lo que pienso mientras corro ya tendría por lo menos un par de libros, pero sólo necesito escribir uno. Necesito narrarlo para poder integrarlo. Un toro que me persigue diciéndome que necesito escribir el libro (y sacar el pase).
Por lo menos he podido depositar mi parálisis intelectual en estas líneas, estoy aquí, escribiendo esto sin tocar la información del libro, sin abrir scrivener, esquivo al toro. Lo hago porque esta semana me sucedió algo extraño que hace parte de este proceso de duelo que ya lleva muchos años. Necesito darle claridad a lo difícil que fue cumplir años.
Nunca me ha importado cumplir los 20, los 30, a veces sí me siento vieja pero porque vivo emocionalmente agotada y me he enfermado más. Pero los 32 años que cumplí ayer me llevaron de nuevo al inframundo por unos días. Un año más de los que tenía mi hermano cuando murió. He pensado toda la semana, mi hermano tendrá eternamente 31 años y el tiempo, indiferente a todos los dolores, pasa a través de mí. Siempre quise detener el tiempo, de niña para poder leer, y ahora, sólo quiero un respiro, un respiro largo y profundo para comprender cómo es que mi hermano, que era 5 años mayor, ahora es un año menor.
Llega de nuevo a mi cabeza el poema de Pizarnik que, por alguna razón que nunca entendí, me obsesionó durante las primeras semanas tras la muerte de mi papá y Alejandro. Las palabras “el tiempo estranguló mi estrella” estrangulan mi pecho y así como he quedado noqueada intelectualmente también lo quedo emocionalmente. El tiempo, el misterioso, sanador y cruel tiempo pasa indiferente a mi noqueada y debo atender pacientes, ir a bogotá, contestar mensajes, hacer el esfuerzo por ignorar a mis crueles tíos maternos, seguir viviendo.
Me digo, solo son dos números, un año, así como el cuerpo de mi hermano es sólo el cuerpo de mi hermano (aunque tenga archivados los mensajes de la señora del cementerio pidiéndonos que paguemos el alquiler del hueco). Pero lo que significa ese año esos números es la existencia de mi hermano y es algo que no puedo pasar desapercibido, no puedo reducirlo a una cifra o un cuerpo que seguro ya no es tan cuerpo, porque su existencia, así como su muerte, hacen parte de mí. Es ese significado existencial, fenomenológico, hasta metafísico que me trae acá hoy a llorar mientras escribo que, simplemente, cumplí 32 años.
Que mi hermano que era 5 años mayor y ahora es un año menor significa que la vida continúo, que, aunque una parte de mi murió con ellos, yo sigo viva. Significa que el proceso de duelo es, eso que ya he dicho muchas veces, un proceso, y todo proceso toma acción y tiempo. Significa que en mi cumpleaños puedo celebrar mi años y los de él porque hace parte de mi identidad. Significa que la vida es difícil pero no imposible. Significa que se puede sobrevivir al dolor más profundo que se puede sentir, un dolor que no tiene nombre. Significa que por siempre estará esta presencia de una ausencia. Significa tantas cosas bellas y horribles al tiempo que hoy me permito estar paralizada emocional e intelectualmente, completamente noqueada.
¿Cómo contar la historia del Cucho, de Calvin, de papi, sin que la vida se me desmorone? Coger el toro por los cuernos, es algo que me digo constantemente y, sin embargo, logro esquivar al toro con la maestría, con mis pacientes, con mi evitación clásica de consumir libros, series y películas en tiempo record. Salgo a correr y, así puedo pensar, si pusiera en un papel todo lo que pienso mientras corro ya tendría por lo menos un par de libros, pero sólo necesito escribir uno. Necesito narrarlo para poder integrarlo. Un toro que me persigue diciéndome que necesito escribir el libro (y sacar el pase).
Por lo menos he podido depositar mi parálisis intelectual en estas líneas, estoy aquí, escribiendo esto sin tocar la información del libro, sin abrir scrivener, esquivo al toro. Lo hago porque esta semana me sucedió algo extraño que hace parte de este proceso de duelo que ya lleva muchos años. Necesito darle claridad a lo difícil que fue cumplir años.
Nunca me ha importado cumplir los 20, los 30, a veces sí me siento vieja pero porque vivo emocionalmente agotada y me he enfermado más. Pero los 32 años que cumplí ayer me llevaron de nuevo al inframundo por unos días. Un año más de los que tenía mi hermano cuando murió. He pensado toda la semana, mi hermano tendrá eternamente 31 años y el tiempo, indiferente a todos los dolores, pasa a través de mí. Siempre quise detener el tiempo, de niña para poder leer, y ahora, sólo quiero un respiro, un respiro largo y profundo para comprender cómo es que mi hermano, que era 5 años mayor, ahora es un año menor.
Llega de nuevo a mi cabeza el poema de Pizarnik que, por alguna razón que nunca entendí, me obsesionó durante las primeras semanas tras la muerte de mi papá y Alejandro. Las palabras “el tiempo estranguló mi estrella” estrangulan mi pecho y así como he quedado noqueada intelectualmente también lo quedo emocionalmente. El tiempo, el misterioso, sanador y cruel tiempo pasa indiferente a mi noqueada y debo atender pacientes, ir a bogotá, contestar mensajes, hacer el esfuerzo por ignorar a mis crueles tíos maternos, seguir viviendo.
Me digo, solo son dos números, un año, así como el cuerpo de mi hermano es sólo el cuerpo de mi hermano (aunque tenga archivados los mensajes de la señora del cementerio pidiéndonos que paguemos el alquiler del hueco). Pero lo que significa ese año esos números es la existencia de mi hermano y es algo que no puedo pasar desapercibido, no puedo reducirlo a una cifra o un cuerpo que seguro ya no es tan cuerpo, porque su existencia, así como su muerte, hacen parte de mí. Es ese significado existencial, fenomenológico, hasta metafísico que me trae acá hoy a llorar mientras escribo que, simplemente, cumplí 32 años.
Que mi hermano que era 5 años mayor y ahora es un año menor significa que la vida continúo, que, aunque una parte de mi murió con ellos, yo sigo viva. Significa que el proceso de duelo es, eso que ya he dicho muchas veces, un proceso, y todo proceso toma acción y tiempo. Significa que en mi cumpleaños puedo celebrar mi años y los de él porque hace parte de mi identidad. Significa que la vida es difícil pero no imposible. Significa que se puede sobrevivir al dolor más profundo que se puede sentir, un dolor que no tiene nombre. Significa que por siempre estará esta presencia de una ausencia. Significa tantas cosas bellas y horribles al tiempo que hoy me permito estar paralizada emocional e intelectualmente, completamente noqueada.
Comentarios
Publicar un comentario