Timbraron y no abrí
Hace poco me encontré a mi misma, como quien se encuentra una mancha café en la camiseta, hablando mal de alguien y no solo mal, sino con rabia. Fue el momento en que me di cuenta que no he perdonado y de lo necesario del perdón para poder ser realmente resiliente. Este momento me dió vueltas en la cabeza en las últimas semanas aunque por su dimensión y peso existencial hice caso omiso, pero si quiero hacer las cosas bien debo prestarle atención. Primero que todo es importante saber que no existe el perdón , es decir, no es uno son muchos perdones. El perdón no llega a la puerta a timbrar y, si lo hiciera, no creo que abriría pues han venido a timbrar 3 o 4 veces desde mediados de junio y quién sabe qué querrían (si realmente necesitaran algo timbrarían más o gritarían, o quién sabe porque la gente por acá es cada vez más rarita). El punto es que el perdón no llega de la nada, es tan difuso y complejo que no es tan fácil categorizarlo como sí lo he hecho con mayor facilidad con