Extranjera con un morral vacío
Hace poco alguien me preguntó ¿cómo llevas la soledad? Tremenda pregunta de haber respondido con sinceridad, nos hubiéramos sentado los dos a llorar. Pero he aprendido a lo largo de mi vida a responder con lo que la gente quiere oír, nos lo enseñan desde pequeños porque en nuestra empobrecida (moralmente) sociedad bogotana la apariencias priman sobre la vida misma. En este sentido, respondí de manera asertiva y socialmente correcta: oh, divinamente, todo muy guay, muy chulo. Lo que no sabe el interrogador es que la pregunta me ha dado vueltas durante semanas, como esos mosquitos que no nos dejan dormir por el zumbido y a veces quisiera matarlos pero al prender la luz ya no están. Quisiera poder matar la soledad, así como quisiera matar el dolor, el desasosiego (haga una lista acá de las emociones negativas, y negativas no en cuanto a la dualidad bueno-malo, sino porque son las emociones negativas las que nos alejan o nos paralizan). Tánatos. De entrada la soledad si