Bye, bye



La existencia, tan nuestra porque sin ella somos nada en realidad no es nuestra. La existencia nos habita, nos toma como un préstamo e invade cada uno de nuestros instantes. La existencia llega a su plenitud justo en el momento de la muerte, porque es justo en ese momento en el que todas las posibilidades del ser se extienden en un solo instante, se extienden hacia el infinito y desaparecen. 

Ha pasado más de un año y, con esto que escribo hoy, doy por terminado mi blog. Intento racionalizar el tiempo y dar cuenta de todo lo sucedido en estos 14 meses, pero no lo logro. El proceso de duelo es inconmensurable, sobrepasa los límites de la consciencia. Las fronteras cronológicas de mis recuerdos se diluyen cuestionando, en algún sentido, mi hoy y ahora. Aún después de todo este tiempo, me pregunto “¿en qué momento?’”. 


Un momento, un nefasto instante que se ancla al río del tiempo y, por lo tanto, no se puede individualizar y separar de todo lo que ocurrió previamente, Recapitulando los meses previos a ese fin de semana de noviembre me he dado cuenta que éramos el fuego de la mecha que por fin hace detonar la dinamita. Vivíamos momentos de tensión en donde que más allá de ser falta de dinero consistía en el miedo a la muerte, mi papá se sentía amenazado, lo expresó y se le negó la seguridad correspondiente. No entiendo los motivos y hoy mi apatía ha nublado mis intenciones de buscar explicaciones.

Lo importante acá es darse cuenta de cómo los instantes se van uniendo y van construyendo nuestra biografía, instantes que vamos olvidando porque naturalizamos el paso del tiempo, nos habituamos a los otros y, sobretodo, a nosotros mismo, nuestra existencia. En este año aprendí la importancia de detenerse, observar, ver señales y aceptar. Ser consciente de mi entorno y mis circunstancias porque cuando no puedo cambiar lo que me acontece sí he podido transformarme a mí misma, eso es hacer un duelo.

Durante este año descubrí lo que para mí es la espiritualidad, la cual no se remite a un “ser superior” sino a mi ser interior, en cómo puedo ser mejor persona en mi día a día, en mi cotidianidad; para mí, por mí, porque sólo desde mi plenitud puedo estar para y con otros. Trascender en medio de la imperfección humana, en cómo en medio de mis infinitos errores puedo resurgir, darles un sentido e intentar no volver a cometerlos. Entre sonrisa y sonrisa hay lágrimas, no todo ha sido un proceso perfecto y en constantes ocasiones le he gritado a la foto de mi papá porqué me abandonó a mi merced. Son instantes de dolor que hacen parte de duelo porque como he dicho mil veces el duelo, como la vida, es un proceso. 


El duelo es enfrentarse a la angustia de existencia porque con la muerte nos damos cuenta que la existencia no nos pertenece, ella existe a través de nosotros y existe tras nuestro deceso. Mi papá y mi hermano aun existen porque los recuerdo, los pienso, los amo y me siguen guiando en la medida en que la figura de ellos, internalizada en mí, sigue aconsejándome. El duelo es literalmente un duelo, un enfrentamiento, entre distintos polos cuyos ejes son la vida y la muerte, pero la vida no es vida sin muerte y la muerte no es muerte sin vida. El duelo es caminar sobre la cuerda floja y sólo podemos dar paso tras paso con el equilibrio adecuado entre los dos polos.

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