Primera etapa: la negación


¿Duelo?¿Pérdida?¿Desapego?¿Post-muerte?


Se puede buscar un millar de conceptos que lleven a pensar al proceso de recuperación del Ser ante la muerte de un familiar. Todas y ningunas son pertinentes, como suele suceder con el lenguaje y las experiencias subjetivas. Hay muchos autores que se han dedicado a abordar el tema desde todas las corrientes posibles, y si soy sincera hasta ahora voy a empezar a indagar, a escrutar por todos los rincones del conocimiento pues como diría mi papá: ayúdate que yo te ayudaré. Es por esto que he decidido contar mi propia experiencia de duelo en la medida en que voy superando o transitando sus diferentes etapas, que son cinco: la negación, la rabia, la depresión, la aceptación y la superación. No tengo ningún objetivo particular, al parecer el escribir puede resultar terapéutico.


La primera y más maravillosa de las etapas es la negación, no se trata literalmente de negación. Es decir, las personas no dicen verbalmente: “no, eso no pasó” o siguen su vida como si nada hubiera pasado. Realmente es un estado de shock perpetuo, que se asemeja al estar flotando en el agua o más bien sumergido en el agua, todo transcurre con lentitud, con suavidad. Era plenamente consciente de lo ocurrido, sabía que mi vida había cambiado radicalmente, pero yo sólo flotaba.


La verdad es que es una etapa maravillosa en el sentido que parece que no va a ser tan dificil. Pero a modo personal, porque me conozco, porque he estudiado psicología, porque sé de entrada que por diferentes sucesos en mi vida previos soy frágil y sentí mucho miedo ante la tranquilidad que estaba sintiendo. Me dije: “uy, me preocupa esta tranquilidad que estoy sintiendo porque sé que más adelante va a ser un infierno”. Me adelanto y les cuento de una vez que tenía razón. Ese miedo me impidió oír música porque sentía que eso podía desatar un corto circuito con el agua en la que estaba flotando.


Muchos saben a grandes rasgos lo que pasó con mi papá y mi hermano. Lo que muchos no saben es que mi abuelo falleció en enero y mi expareja en junio. Un duelo múltiple, yei!. Con la muerte de mi papá, claramente estaba muy afectada, con tristeza y, especialmente rabia, pero era algo que en cierta medida me sentía capaz de manejar. Pero la muerte de mi hermano…. aún me cuestiono si seré capaz de superarla.


En el momento en que todo ocurrió, intenté que mi hermano vomitara, me mordió y tengo una cicatriz en el dedo. De ahí en adelante fue el caos más absurdo, y digo absurdo porque es absolutamente incomprensible cómo el tiempo se transforma en esos momentos, cada segundo era valioso, cada grito intentaba frenar el tiempo, cada grito intentaba frenar el efecto el destino. Pero como suelen suceder las cosas en la vida, no sirvió de nada porque el tiempo no se puede detener. De ahí que me empecé a obsesionar con el tiempo, la fugacidad y las burbujas de existencia.


De mis primeros pensamientos fue: la gente cómo puede creer en dios si pasan estas cosas y es algo que aún me pregunto. También pensé que la psicosis sería la única solución para mantener la cordura, porque sentía una ruptura, un crack dentro de mí, algo tan fuerte que simplemente no se puede describir, el lenguaje no lo es todo. Imagínense un florero de vidrio que se cae y se rompe en mil pedazos. Sin embargo, el cerebro es maravilloso y sabe reaccionar ante situaciones límite. Se bloqueó, bloqueó la emoción, la suprimió, y empecé a flotar.


No se trata de fortaleza, se trata de necesidad, en ese momento mi familia me necesitaba, mi mamá me necesitaba y tenía que hacerle frente a una seria de procesos judiciales, burocráticos, o quién sabe cómo se llame eso. El punto es que el mismo día de la muerte de mi hermano, me hicieron una entrevista (con el inconveniente de la falta de empatía y formación del funcionario, que al final me terminó cayendo bien, al fin y al cabo no es su culpa) y tuve que volver al lugar de los hechos y explicar todo lo que pasó ese día.


A lo largo de la semana, tuve que hacer vueltas, que el cuerpo de mi hermano que las cenizas de mi papá, firme aquí firme allá. El morirse es un negocio. Estar en el lugar de los hechos vestida a lo CSI desde las 9 am hasta pasada medianoche, cuarto por cuarto, cajón por cajón, caja por caja, explicando el qué, el porqué, el cómo, a veces respondía desde la intuición. Me sorprendió un poco lo mucho que conocía todo, yo que siempre me sentí tan diferente y ajena, me encontraba en el cimiento de mi identidad, mi familia, mi prioridad, mi todo. Me di cuenta de que simplemente había naturalizado los ritos de la cotidianidad y estaban tan interiorizados que no sabía lo mucho que nuestro nicho familiar había sembrado en mí. Claro, ese día fue terriblemente impactante porque eran todas las cositas de mi papá, de mi familia, de nuestra historia. Ellos, los funcionarios, verdaderamente ajenos, iban preguntado, fotografiando y recogiendo. Mi familia frente a la otredad en una situación límite y yo, la mediadora. Estuve ahí, firme, sin quejarme, sin comer. Hasta sin poder fumar mucho, porque sí que maratones, que triatlón, que la vaina y pero me he aferrado al cigarrillo como si no hubiera un mañana, ahora más consciente que nunca que puede no haber un mañana.


Ahora bien, la misa, pararme a leer lo que intenté escribir, que cosas de la vida, nunca he sido buena para la oratoria y a veces me da la de James y no puedo articular bien una frase, ya sea por los nervios o porque pienso muy rápido las palabras se atropellan a la salida. La misa, la semana, una cantidad de gente desbordante, apoyándonos, dándonos amor y compañía, realmente estábamos muy agradecidas. Pero la vida sigue, cada uno tiene sus cosas, y la soledad empieza a ser una constante. No sólo porque cada uno sigue con su vida, sino que la soledad hace parte del duelo. Es mera lógica, alguien que estaba ya no está, y ese vacío no lo llena nadie, uno puede estar rodeado de gente y aún así sentirse solo.


Volvamos a la negación. Al saber que con antecedente de depresión clínica las cosas se pondrían difíciles para mi psique llena de cicatrices, pedí ayuda de antemano, tan astuta la niña, y así empecé a tomar antidepresivos. Lo que más me importaba era poder seguir estudiando, sin tener los efectos adversos de la depresión, falta de concentración y motivación, realmente el sentirme triste nunca me preocupó. Una falta de concentración tan insólita que a veces me encontraba en una conversación, o peor aún, en clase, y me daba cuenta que llevaba por lo menos 20 minutos flotando. Flotando en el vacio, flotando en el pasado porque continuamente venían flashbacks de todo lo acontecido, sobretodo la cara de mi hermano, los gritos,el desconcierto, flashbkacs que llegaban como dardos pero yo no reaccionaba porque estaba flotando.


De esta forma, diciembre y enero fueron tranquilos, con esperanza e ilusión. Mi mamá y mi hermana vinieron a pasar las vacaciones acá, el estar en familia, juntitas, con mis tíos y primas. Todo esto me llenó de esperanza. Lloraba de vez en cuando, me sentía perdida y confundida pero al estar tan llena de ilusión, esas emociones se hicieron pasajeras. Volví a correr, deje otra vez el cigarrillo, me dediqué a estudiar.


Mi mamá y hermana volvieron a Colombia y con eso se acabó la negación, ahora enfrentar la muerte.

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